jueves, 8 de noviembre de 2007

Bendita Ignorancia.


Siendo yo aún muy niño mi padre me decía -preocupado sin duda al verme a toda hora hundido entre las páginas de un libro- cuanto más sepas, menos feliz serás.

El nació poco antes de la guerra civil española y tuvo la desafortunada ocurrencia de hacerlo en la Galicia profunda. Así que de escuela nada. Su formación se redujo a las clases de un famélico maestro, que alquilaba sus servicios por un invierno a los grupos de padres de la región. La idea era proveer a los niños de los elementos básicos -leer, firmar (que no escribir), sumar, restar, multiplicar y calcular superficies y volúmenes. Hasta ahí lo que un hombre del campo gallego en la primera mitad del siglo pasado podía necesitar.

En estas circunstancias no se puede decir que las oportunidades de adquirir conocimientos fueran particularmente abundantes. Más aún, resultaría particularmente contra natura que la apetencia por el conocimiento se despertara en uno de aquellos rapaces que antes del amanecer ya se levantaban para ordeñar las vacas y que no regresaban del duro trabajo en las eiras hasta que no desaparecía la luz del día.

Pero mi padre era un bicho raro (debe ser genético, sin duda), siempre estaba investigando, haciéndose preguntas, buscando respuestas. pero... ya hablaré de él algún otro día,. Ahora debo volver a la cuestión inicial: la ignorancia como medio para la felicidad o, tal vez, el conocimiento como principal obstáculo en su camino.

Suele suceder que, superada cierta edad, aquello que nuestros padres nos decían y que a nosotros nos parecían desvaríos precursores de cierto tipo de chochez, va tomando cuerpo en nosotros con la solidez de la verdad más absoluta. Este es el caso.

¡Cuanto más feliz sería yo si ignorara la calamidades de Palestina o Darfur!. Del racismo de esta nuestra extraviada Europa. De la irresponsable forma de gobernar de Chávez en Venezuela y tantos otros presidentes y presidentillos repartidos por las diferentes longitudes y latitudes. ¡Cuanta tristeza me ahorraría si ignorara las amenazas del cambio climático!, si no fuera capaz de imaginar las condiciones en las que de seguro vivirán nuestros nietos.

Bendita ignorancia, quién pudiera abrazarte de nuevo.

Pero el conocimiento es un camino de una sola dirección y su búsqueda es un vicio de difícil curación.

A menudo, cuando me encuentro sumido en este tipo de cavilaciones, recuerdo una frase de J. S. un compañero de viejas épocas universitarias: "Si no tuviera la esperanza de morir algún día, ya me habría suicidado"

Salud... y feliz ignorancia.

1 comentario:

Marissa Tamayo dijo...

Hola Ramón,
Pusiste un comentario a mi artículo de Literatúrate. Es verdad que quién ignora es más feliz que los demás. Por ello, tal vez, los niños, los idiotas y los locos viven en un mundo sin complicaciones y disfruten más de la vida. Pero también hay gentes, como los de algunas sectas religiosas, que viven aislados de las noticias del mundo.